Experiencia rural
Paredes de adobe y techos de paja, corrales de piedra, hornos de barro y kilómetros de sembradíos, es la primera foto que aparece cuando la tierra expulsada por la camioneta se empieza a asentar lentamente sobre el camino de montaña. Falta un trecho para llegar aunque a lo lejos puedo identificar a la pastora con su guagua a cuesta y varios caninos que custodian a las ovejas, cabras y llamas. Sabe exactamente cuántas son, cientos, las reconoce a simple vista y con solo repasar su mirada sobre el lomo sabe si falta alguna, un chistido o silbido y vienen hacia ella, de vuelta al corral. “Son cómo sus hijas”, me atrevo a pensar, pero luego me corregiría, “No, son mis hijas”. Es un vínculo difícil de explicar, fuerte. Acá se vive en, por, del y para el campo. El día empieza cuando los gallos lo anuncian, seguido un humo negro da señales que en el rancho el mate cocido y pan casero estan servidos. La cocina es de dos por dos, negra por el hollín, los ladrillos de adobe son anchos y fuer